viernes, 30 de octubre de 2009

Champán para todos


Los hermanos Carlos (Sara & pablo) nos envían esta preciosa misiva que Francisco Nixon publicaba en el número de Otoño de 2009 de la revista Eñe. En la misma, Fran vuelve a acordarse de Sergio Algora, el lloradísimo Hombre Bombilla que nos dejara precipitadamente el año pasado. Es algo larga, pero creo que vale la pena. Genio/s y figura/s...

"Champán para todos"

I.

Hace un par de días se cumplió el primer aniversario de la muerte de Sergio Algora, mi mejor amigo. Bueno, el mejor amigo de todo el mundo.

La primera vez que hablé con Sergio creo que fue allá por 1998, cuando me llevaron al bar que regentaba con su novia de entonces, el Sopa de Letras, tras un concierto de Australian Blonde en Zaragoza.

Australian Blonde es el nombre de uno de los grupos donde yo toco.

Yo sentía cierta curiosidad por conocer a Sergio. Él era el cantante de El Niño Gusano, un grupo con el que compartíamos discográfica (rca) y que era de los pocos grupos que en la década de los noventa escribía buenas letras en castellano. La prensa y el público siempre calificaban su forma de escribir como surrealista, algo que a Sergio no le gustaba nada. Sergio siempre se defendía diciendo que sus letras no eran surrealistas, sino que él describía las cosas como las veía. Y que si, por ejemplo, hablaba de «chicas como árboles frutales con bikinis», no pretendía crear metáforas incomprensibles
dejadas a la libre interpretación, sino que estaba siendo todo lo preciso que era capaz.

Muchas veces, cuando íbamos de un sitio a otro por Zaragoza, Sergio me decía: «Te echo una partida». El juego (al que nunca pusimos nombre) consistía en que teníamos que escoger una chica cada uno de entre todas las que nos cruzáramos durante el paseo, y el que hubiera escogido a la chica más guapa, ganaba. Sólo se podía elegir una vez, con lo que el primero en escoger corría el riesgo de verse superado a la vuelta de la esquina por su rival. Y al contrario, si uno no era capaz de decidirse, con frecuencia llegaba al final del recorrido con las manos vacías, incapaz de superar el listón marcado por el primero. El juego fue perfeccionándose con el tiempo: no se podían escoger dependientas que estuvieran trabajando dentro de las tiendas (eran guapas «profesionales»); si escogíamos a la misma chica a la vez, había un desempate… Y chorradas así. Sergio llevaba el marcador de «la partida», y hacía la retransmisión simultánea: «Uyyy, acaba de pasar una morenaza pero Fran no se ha decidido, ¡ha pasado el balón rozando el larguero…!» «Menuda rubia que cruza el semáforo, ¡golazo por la escuadra!». Yo casi siempre era de los primeros en elegir. Sergio solía esperar hasta el último momento.

Ya sé que es todo muy pueril. Lo único que quiero decir es que con Sergio nunca te aburrías porque todo lo transformaba. Era, en sentido estricto, un poeta, un artificex.

Por eso era el mejor amigo de todo el mundo, porque a cualquiera que estuviera con él le dedicaba toda su atención y hacía que el mundo pasara de ser un lugar inhabitable a ser un parque de atracciones.

II.

De modo que esa primera noche en que conocí a Sergio yo estaba predispuesto a que me cayera bien. El caso es que empezamos a hablar de Philip K. Dick y los Beach Boys, y Sergio terminó invitando a chupitos de colores y botellas de champán.


A mí el champán no me gusta especialmente (o el cava, o la sidra achampanada, o lo que sea), pero cuando Sergio se encontraba de buen humor le gustaba abrir una botella al grito de «¡Hoy es mi cumpleaños!», o «¡Algora ha muerto, champán para todos!», y, ¡hala!, todo el mundo a beber champán. En su bar era algo que siempre se preocupaba de tener, una buena botella de champán en la nevera para cuando hubiera algo que celebrar. Yo nunca fui tan optimista como para tener una botella de champán «por si acaso», o para pensar que la chica más guapa estuviera a punto de cruzar la esquina. Yo soy un poco como todo el mundo, siempre con el miedo a perder lo que tengo. Pero Sergio siempre proyectaba hacia adelante con optimismo.


El día de su entierro brindamos por la noche con champán en el Bar Bachacach (su bar), y el brindis fue, evidentemente, «Algora ha muerto, champán para todos».



III.

No volví a ver a Sergio hasta un par de años después, con motivo de la presentación de un libro de relatos en el que ambos participábamos. Ése fue el primer cuento que escribí en mi vida.


Creo que yo estaba en Barcelona cuando recibí la llamada de Roberto Nicieza, que había sido batería de Australian Blonde y después fundó la discográfica Astro Discos. Me contó que le había dado mi número a un chico que estaba buscando músicos que escribieran para hacer una colección de relatos. Yo no había escrito nunca nada, pero le dije que estaría encantado de hacerlo.


Cuando me llamó Pelayo (que así se llamaba el chico que editaba el libro, actualmente uno de mis mejores amigos), me explicó que se trataba de escoger una canción y, a partir de la letra, construir el relato. Yo elegí «Last night a DJ saved my life», un hit ochentero de baile del grupo Indeep. Sergio hizo lo propio con «Je t'aime moi non plus», de Serge Gainsbourg y Jane Birkin.


Una vez publicado el libro se hicieron varias presentaciones en diferentes ciudades. Pelayo me llamó para comentarme que Sergio iba a presentar el libro en la Fnac de Zaragoza, y que si yo podría hacerlo con él para que no estuviera solo. Como guardaba un buen recuerdo de nuestro último encuentro, le dije que sin problema. Y de esa forma, un buen día de verano del año 2001 me fui a Zaragoza a conocer a Sergio.

IV.

Cuando llegué a su casa, Sergio no estaba. Creo que me pasé por la Fnac a recoger las llaves. Sergio trabajaba en la Fnac como responsable de la sección de libros y discos, y con el tiempo había conseguido meter a un montón de amigos suyos a trabajar también allí.


Así que cogí las llaves, me fui a su casa y al poco llegó la chica con la que vivía. La presentación era al día siguiente por la tarde, y esa misma noche Sergio pinchaba en La Lata de Bombillas. Recuerdo que estuvimos bailando y bebiendo como locos, que me encantó la música que Sergio pinchó, y que cuando él se quedó sin dinero, encontramos un billete de 5.000 pesetas que nos sirvió para pillar un taxi y volver a casa. Eso sí, Sergio no pudo recuperar la camisa que llevaba puesta. Una de sus bromas recurrentes era la de cambiarse de ropa con la gente, especialmente con las chicas, y a día de hoy no sabemos quién pudo marcharse con aquella prenda.

V.

Al día siguiente, Sergio preparó una paella, creo. A Sergio le encantaba cocinar, y era un grandísimo anfitrión. Llegamos a la presentación del libro medio achispados por el vino que habíamos bebido en la comida. Había bastante público, y yo estaba muy nervioso porque no nos habíamos preparado nada. No importó. Sergio se hizo enseguida con el auditorio, contando anécdotas estúpidas sobre la portada, hablando de Mortadelo y Filemón, no sé, sólo recuerdo estar tapándome las manos con la cara muerto de risa mientras Sergio brillaba. Y es que si algo tenía Sergio de característico era eso, la facilidad que tenía para cautivar a una audiencia con su cháchara. Le he visto en acción miles de veces, contando las mismas anécdotas una y otra vez, adornándolas y mejorándolas en cada ocasión, adaptándolas al oyente.


Sergio era un gran seductor, y lo mejor de su obra se ha perdido, ya que lo mejor de ésta se hallaba en su conversación.



VI.

Recuerdo haberle preguntado en cierta ocasión: «Sergio, cuando no teníamos el grupo, ¿a qué venía yo a Zaragoza?». El caso es que tras la presentación del libro nos hicimos muy amigos, y yo solía viajar a Zaragoza a verle cada vez que podía.


En ese tiempo yo estaba intentando sacar adelante un proyecto en solitario, Francisco Nixon, con unas canciones que había escrito al margen de Australian Blonde. Era la primera vez que me ponía a escribir en serio en castellano (con Australian cantábamos en algo parecido al inglés) y me sentía bastante inseguro con las letras. Yo sentía un gran respeto por Sergio como escritor, así que le enseñé las canciones para que me dijera qué le parecían. Le gustaron mucho. Me preguntó si tenía banda para tocarlas en directo. Le contesté que no, y entonces él me ofreció a la suya, Muy Poca Gente (la banda que había montado Sergio después de la separación de El Niño Gusano), que por entonces estaban bastante parados. Así que decidimos unir fuerzas.


El nombre al grupo se lo puso Sergio un día que estábamos viendo la película Spy Kids. Llevábamos todo el día pensando un nombre y no se nos ocurría nada. En un momento dado, el personaje de la niña, la hija de Antonio Banderas, al ser interrogada por los malos, decía algo así como: «Me llamo María Elvira Rebeca Fernández Barroso Menéndez de Castro Costabrava y de Aragón». Sergio saltó del sofá gritando: «¡Ya está! ¡La Costa Brava!».


Y así fue como se formó La Costa Brava.

VII.

Con La Costa Brava sacamos seis discos, los cuatro primeros en sólo dos años. Éramos una pandilla de abuelos viviendo una segunda adolescencia. Visto desde fuera, tal vez podíamos parecer un poco patéticos, pero no he conocido a nadie que entrara en contacto con ese pequeño mundo y no se dejara arrastrar por el entusiasmo que generábamos. Por separado, todos los del grupo éramos poca cosa, pero cuando nos juntábamos para grabar, ensayar (poco) o tocar, era como si de repente acabáramos de cumplir dieciocho años y fuera el primer día de las vacaciones de verano.


Por el camino, Sergio dejó su trabajo en la Fnac y se montó un bar (Bar Bacharach) con su novia. Luego rompió con ella y empezó a salir con otra chica. Dani Garuz dejó el grupo para centrarse en su proyecto en solitario (DA), y Ricardo Vicente entró para sustituirle.


Fue Ricardo el que me contó qué pasó el día en que Sergio lo dejó con su novia.

VIII.

Sergio andaba por la calle con un saco de dormir al hombro. Su novia le había echado de casa y quitado la tarjeta de crédito (era la tarjeta del bar, común a los dos). Habían discutido y Sergio le contó que estaba enamorado de una chica que vivía en una ciudad de la costa.


Tras un rato de deambular, se fue al bar de El Francés, donde solía tomarse los últimos gin-tonics después de cerrar, un bar estilo lounge que siempre era de los últimos en echar la persiana. Cuando El Francés vio entrar a Sergio, le preguntó dónde iba con el saco de dormir y ese aspecto de perro apaleado. Sergio le puso en antecedentes. El Francés entró en la trastienda y salió de allí con una cesta de mimbre que contenía una camiseta de Gautier de manga larga (con llamas estampadas en las mangas) y unos calzoncillos, y se la entregó a Sergio junto a unos billetes. No recuerdo la cantidad. Resulta que el dueño del bar era un aristócrata, miembro de la orden de Los Mosqueteros. Un mosquetero de verdad, vaya. Sergio me contó que llegó a enseñarle una especie de placa identificativa, y todo. Y como «nobleza obliga», se encargó de facilitarle a Sergio los medios para reunirse con su amiga. Uno para todos, etc.


Ricardo siempre me cuenta que tiene grabada la imagen de Sergio en la estación, saludando a través de la ventana, embutido en la camisa flameante de Gautier, con la cesta de mimbre en la mano al más puro estilo Oso Yogui, mientras el tren arrancaba…

IX.

Como he dicho antes, Sergio siempre estaba contando anécdotas como ésta, «perfeccionándolas» en cada ocasión. Como la de aquella vez en que una novia le robó la pistola a un guardia civil amigo suyo, e iba por la ciudad buscando a Sergio para matarlo. O cuando estuvo saliendo «oficialmente» con tres chicas a la vez y tenía que organizar turnos para verlas. O cuando su novia simuló su propio suicidio y en realidad estaba pasando un fin de semana en el pueblo. O la de aquel chico al que le dolía la cabeza y, cuando le hicieron una radiografía, los médicos descubrieron que tenía una alubia incrustada en una fosa nasal que había germinado y que tenía raíces y tallo. O cuando él y su batería, tras un concierto en un pueblo, tuvieron que hacer sonar las campanas de la iglesia donde se habían refugiado con unas chicas para que viniera la policía y no ser linchados por los familiares de las susodichas. Y tantas otras que no se pueden contar.


En mi recuerdo, mi favorita es aquélla de cuando Borja (un músico amigo de Sergio) y él apagaron un incendio en un portal cercano al Bar Bacharach tirando agua que cargaban en cubiteras de champán. Les hicieron una foto que salió publicada en el periódico. En ella se ve a Borja y a Sergio haciendo el saludo militar con una mano, mientras sujetan sendas cubiteras de champán con la otra, delante de un camión de bomberos.
Durante los trayectos para cargar agua, Borja le iba gritando a Sergio: «Oye, esto no será una broma de las tuyas, ¿verdad? ¡Mira que si me tiras agua, yo te la tiro a ti!».


Sergio, que tanta vida nos daba, tuvo que morirse el primero, dejando un gran vacío. Y esa broma sí que no se la perdonamos.



X.

Una de las tantas cosas extravagantes que le pasaban a Sergio fue que después de ir a Francia a grabar un videoclip en El Monasterio de Lourdes (para la canción «Lourdes» de El Niño Gusano), le empezaron a dar ataques de fiebre. Tras un tiempo, dieron con el problema: una bacteria se había alojado en la aorta y la había comido. Precisamente, poco después de conocerle fue cuando le operaron, sustituyendo el pedazo de la arteria dañada con un trozo de teflón y una válvula para el corazón. Ello le obligaba a estar tomando un anticoagulante (Sintrom) de por vida, a llevar una vida sana y a hacerse revisiones periódicas. De su larga estancia en los hospitales, Sergio también contaba miles de anécdotas: historias de enfermeras, de pacientes, teorías conspiratorias con respecto al funcionamiento del hospital… Sólo de vez en cuando te contaba lo mal que lo había pasado.


Yo no sé si Sergio tenía miedo, o pensaba que podía morir. Las referencias a la muerte son constantes en sus letras, y ya he contado cómo hasta le gustaba bromear con ello. El caso es que no se cuidaba como debía. La vida en el bar era demasiado divertida. Y no me refiero sólo a las típicas juergas. Era divertida de verdad, y la gente acudía a Sergio como quien se arrima a una hoguera una noche de invierno en medio del páramo.


El 9 de julio de 2008, Ricardo me llamó a las siete de la mañana para decirme que la novia de Sergio, al despertarse, se dio cuenta de que no respiraba.


Al funeral fue muchísima gente. Ricardo y yo, entre otros, tuvimos que salir a decir unas palabras. Ricardo había escrito algo, pero en la mitad de su discurso empezó a balbucear y se tuvo que ir. Yo intentaba contener el llanto, y me imagino que no se me entendió demasiado.


Lo que quería decir en ese momento era que Sergio era el mejor amigo de todo el mundo porque era un alma generosa y llena de poesía, que, como siempre dice Ricardo, nos enseñó a vivir.


Todos los días pienso en él.


Francisco Nixon


Yo ya te lo dije

No hay comentarios: